Hay autores de autores y libros de libros. El fin de semana pasado murió Umberto Eco, dejando una pérdida inmensa para el mundo literario y un libro que me ha acompañado en distintas etapas de la vida.
Por: Santiago Ortega*
Hay autores de autores y libros de libros. El fin de semana pasado murió Umberto Eco, dejando una pérdida inmensa para el mundo literario y un libro que me ha acompañado en distintas etapas de la vida.
Un miércoles perdido en el 2002, mientras yo estudiaba el primer semestre de ingeniería, recibí una llamada de unos amigos. Arias, Checho y Laura estaban armando un paseo a la casa de Checho en Santa Elena a leer, filosofar y hablar carreta. Estábamos en una onda literata e intelectual, y éramos tan ingenuos y pretenciosos como solo podíamos serlo a los 18 años.
Tenía clase de Geometría a las 8:00 a.m. del día siguiente, pero el plan iba hasta la madrugada. No había forma de bajar temprano y eso implicaría perder clase por primera vez de forma deliberada. Tras un momento de duda, terminé yéndo a Santa Elena, al fin y al cabo podría desatrasarme, pero era posible que la tertulia no se repitiera.
Fue entonces cuando conocí a Eco. Leímos los dos primeros capítulos de El Péndulo de Foucault y quedé enganchado. A los días, salí a conseguirlo para leerlo completo y se convirtió en uno de esos libros que me acompañaron a lo largo de los años. El Péndulo fue una especie de rito de iniciación entre mis amigos más cercanos, el libro de cabecera para recomendarle a alguien con la mente curiosa y sin miedo a enfrentarse a un libro difícil de leer. Incluso, creo que espanté a una nena que me gustaba al decirle que lo leyera.
Seguí devorando otras obras de Eco, para luego encontrarme con el finis africae de El Nombre de la Rosa, los recuerdos sueltos en La Misteriosa Llama de la Reina Loana y la frustración de no ser capaz de entender ni una frase de La Isla del Día de Ayer. Sin embargo, ninguno de estos libros significó tanto para mí como El Péndulo.
No es cuestión de gusto por las historias de templarios y rosacruces, ni interés por los misterios arcanos. El péndulo logra, como pocos libros, contar una historia a punta de erudición, inteligencia demoledora, humor y cierta compasión por la condición humana: nos morimos de las ganas de tener respuestas, así tengamos que inventarlas; nos olvidamos lo mucho que podemos entender mirando las cosas con simpleza, nos obsesionamos, perdemos la razón aferrándonos a ideas fijas y a menudo caemos irremediablemente en la estupidez.
Al viajar a Paris, la gente quiere ver la Torre Eiffel, ir a Notre Dame o tomarse una foto a blanco y negro en el Sena; pero solo después de leer a Eco, a uno se le ocurre peregrinar al Museo de las Artes y Oficios. La primera vez que estuve en esa ciudad, viajaba con mi papá y teníamos unas pocas horas entre vuelos; por eso, no tuve tiempo de ir a buscarlo. Sin embargo, después de perdernos caminando, terminamos en la entrada del Museo por pura casualidad. Era tarde y me tocó conformarme con una foto desde afuera.
Unos años después, volví a París con mi entonces novia, esta vez con la condición de que el museo sería lo primero en el itinerario. Aunque llegamos después de muchas horas de viaje y pocas horas de sueño, el sitio resultó ser interesantísimo para un par de ingenieros como nosotros. En sus salas alberga la maqueta original de la Estatua de la Libertad, la vara de referencia para medir “un metro” y toda una exposición de la historia de la ciencia y la ingeniería.
Pero mi verdadera razón para ir era ver a la esfera, móvil en el extremo de un largo hilo sujeto de la bóveda del coro, describiendo sus oscilaciones con isócrona majestad. Ver el péndulo con el que Foucault probó que la tierra rota, y el punto fijo en el universo que inspiró a Eco a escribir esa genialidad de libro.
Repetir los libros años después, siempre es una buena idea. Si cambia el lector, cambia el libro y me muero de la curiosidad por saber qué voy a encontrarme. También, será una excusa para hacerle un guiño a Checho, Arias y a Laura, para ver si hacemos una segunda tertulia y seguimos trazando el círculo que nos quedó empezado hace más de una década.
* Profesor, Universidad EIA